Calipso y las horas danzan
La mañana después del baile de la feria cuando la banda de May
tocó la danza de las horas de Ponchielli. Explica eso: horas del amanecer,
mediodía, luego el atardecer que se acerca, luego las horas de la noche.
Lavándose los dientes. Esa fue la primera noche. Su cabeza al bailar. Las
varillas del abanico chascando. ¿Es rico ese tal Boylan? Tiene dinero. ¿Por
qué? Noté que tenía un aliento dulce y agradable cuando bailábamos. Inútil
tararear en aquel momento. Menciona eso. Extraña música la de aquella última
noche. El espejo estaba en penumbras. Ella limpió el espejo de mano con
diligencia en el chaleco de lana contra su abultado pecho oscilante. Mirando en
él. Arrugas en sus ojos. No daría buenos resultados de todas maneras.
Horas del atardecer, chicas de gasa gris. Horas de la noche
luego: negras con dagas y antifaces. Idea poética: rosa, luego dorado, luego
gris, luego negro. Aun así, fiel a la realidad también. El día: luego la noche.
Rasgó contundentemente por la mitad el cuento premiado y se
limpió con él. Luego se ciñó los pantalones, se abrochó los tirantes y se
abotonó. Tiró hacia atrás de la tambaleante, bamboleante puerta del excusado y
salió de las sombras al aire libre.
En la luz radiante, aligerado y aliviado de miembros, se ojeó
cuidadosamente los pantalones negros: los bajos, las rodillas, las corvas. ¿A
qué hora es el entierro? Será mejor que me entere por el periódico.
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