¿Qué comprobó Bloom al llegar a su domicilio? La dificultad de ingresar en el mismo de madrugada careciendo de la herramienta o el instrumento idóneo para permitir el franqueo de la puerta cerrada.
¿Cómo solventó la aludida dificultad? Recurriendo a acrobacias y volatines para los que demostró una habilidad, si bien desconocida, no sorprendente dada su ascendencia húngara.
¿Hubo reconocimiento por parte de Dedalus de la amable hospitalidad de Bloom? Si lo hubo no lo puso de manifiesto por ninguno de los medios convencionales en estos casos: por expresiones orales agradecidas, por aproximaciones físicas efusivas, por derramamiento de llanto emocionado.
¿Cuál fue entonces su reacción? La de un genuino marmolillo, ofendiendo a su anfitrión y protector con cánticos populares antisemitas.
¿Acusó Bloom la inmerecida afrenta? En absoluto, pues tras unos instantes, tan lógicos como fugaces, de desconcierto, ofreció a su huésped alojamiento para pernoctar.
¿Fue aceptada la oferta? Fue rechazada, pero, esta vez sí, con manifestaciones de amistosa gratitud.
¿Quedaron, pues, ambas partes en buenos términos? Sin duda, como es forzoso deducir de la micción conjunta que tuvo lugar en la calle acto seguido en silenciosa y evocadora contemplación de la luz del dormitorio de la Sra. Bloom.
¿Cuál es, en consecuencia, la conclusión final que debe extraerse de todo ello? Solo Dios lo sabe, porque esta historia no es más que un maldito embrollo.
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